No hay más jardines que los que llevamos dentro
Viaje a Pamplona con dos mujeres y un samurái que lee libros
Un trocito de vida
Tiempo presente
Quería escribir este artefacto en tiempo presente. Son las 8:24 de la mañana y el tren todavía no ha empezado a moverse. Rumbo a Zaragoza y de allí a Pamplona. Al FLAJ Festival. Quieren que participe. Yo.
8:25. El tren arranca puntual. Viajo en vagón silencio. Aún así, me protejo con mis auriculares. Inception de Dirk Maassen. Me gusta escribir en los trenes. Ahora, con las gafas, se hace más difícil levantar la vista de la pantalla para mirar por la ventanilla. Presbicia. Cosas de la edad. Este año he empeorado mucho. Demasiado. Toca revisión. Envejecer es asistir al deterioro de tus condiciones físicas. Aprender a convivir con ello, no dejar que el dolor (ni físico, ni mental, ni emocional) domine tu vida. Ir más allá de nuestros miedos, creencias y prejuicios. Encontrar nuevas ideas con las que complementar las que ya tenemos. Refutarlas y, si no es posible, actualizarlas. No quedarnos estancados. No creer que ya lo sabemos todo, que nuestra experiencia es extrapolable a los demás, que nuestros remedios se pueden aplicar a sus dolencias. Seguir sumando. Y no tenerle miedo a la muerte.
8:35. Lau me escribe un mensaje. Ha aparcado en la puerta de la casa de Mercedes. Levanto la cabeza y contemplo los olivos. El sol se cuela entre un manto de nubes grises y tiñe con un velo dorado el valle del Guadalhorce. El miércoles cumplí cincuenta y uno, ese mismo día firmé el contrato de la segunda parte de Héroes. El universo continúa con su complot cabalístico. Estás en racha, me dijo Lau, mientras cenábamos crema de calabaza y cecina. Uvas, de postre. La semana que viene hablo con otra editora, para otro libro. No quiero adelantar acontecimientos. Esa misma semana, primera versión del relato por entregas para Fiction Express. Este sí tiene título: “Donde bailan las ballenas”.
Nuestro cerebro es una máquina de hacer predicciones. Malgastamos tanta energía con lo que tenemos que hacer que se nos escapa el presente. Podría perderme en este flujo, seguir su dictado, anotarlo todo aquí, al detalle. Pero si consigues, por un segundo, detenerte, dar un paso atrás, verás que entre esta cadena de pensamientos hay espacios vacíos, como ese hueco que se abre entre las nubes y te permite ver el cielo. Porque el cielo siempre está ahí, aunque las nubes no te dejen verlo. Te sientes arrastrado a seguir el deambular de las nubes, una y otra. Hay tantas nubes, son tan distintas. Respira. Céntrate en ese espacio que antes no conseguías identificar, el que queda entre pensamiento y pensamiento. No tengas miedo, vendrán otros. Ahora haz que ese espacio sea un poco más grande. Todavía más. Inhala. Exhala. Se puede vivir en ese espacio tan reducido. ¿Seguro que es pequeño? Entonces, ¿cómo es posible que en él habiten la calma y la tranquilidad, que el tiempo se expanda hasta dejar de tener sentido? El cielo se ha quedado limpio. Sin nubes.
9:05. El tren se detiene en Puente Genil. La mañana no termina de despertar. Siguen los olivos. Me han escrito para que vuelva a participar en El placer de leer. Me sorprende que alguien que no conozco me llame por primera vez. Me siento muy halagado cuando vuelve a llamarme. ¿Cómo llegó mi nombre a la Diputación de Sevilla? ¿Por qué? Ya no busco explicaciones. Me dedico a dar la gracias. Porque nadie te debe nada. Ahí fuera hay muchas personas con igual o más talento que yo. Haz que merezca la pena.
Un libro
Muy señores míos
Este libro me lo recomendó la propia autora, Marisa López Soria, en un intercambio de correos en los que yo la amenazaba con mi nueva novela, Las malas películas. Hay autoras que son así de majas (“bonicas” que dirían en Murcia) y entienden perfectamente que ese chico que antes organizaba encuentros literarios ahora se gana la vida con sus propios libros. Para mí es un lujo (y todavía no deja de sorprenderme, me repito) que algunos de esos autores que tanto admiro me lean y todavía tengan tiempo de escribirme para darme la enhorabuena.
La memoria es una flor de pétalos que aprehendemos
con las manos desnudas.La memoria tiene hojas abatidas en la creación del olvido
—esa parte de la cadena de posibilidades
y combinaciones ilimitadas—,
donde de ningún modo tiene cabida un padre.
Aunque vengamos de lugares tan diferentes, las palabras de López Soria me han emocionado. Sobre todo la primera parte, esa en la que aborda el duelo por la muerte de su padre. Yo no tuve un padre así y no lloré su pérdida porque no se lo había ganado. Hay padres y padres. Y sin embargo.
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