El documento donde escribo los artefactos tiene casi cuatrocientas páginas. A veces dejo anotadas aquí ideas, enlaces, un párrafo que he tenido que amputarle a otro artefacto. Nunca soy capaz de reutilizarlo. Hay cierto vértigo (y placer) en la improvisación, en arrancar sin ciencia cierta, al ritmo del teclado, esta canción que no me puedo sacar de la cabeza: In a manner of speaking de Tuxedomoon.
Dame palabras. Es un martilleo incandescente, es una canción desesperada, no son los versos más tristes esta noche, somos tú y yo bajando a la playa a las ocho de la mañana, un lunes, para bañarnos los primeros, tú y yo, un sábado, comprando cruasanes, tú y yo, cenando tarde, en el jardín, con la luz de los minions y el sonido de la fuente.
La dama de noche, dices, ha florecido.
Se me resisten los tomates. Maldita podredumbre. Así, por escrito, no se me atraganta la erre que se me atraganta, pero me trae al presente a aquel adolescente disléxico, introvertido, con americana de hombreras a lo Miami Vice.
Terrible imagen. Rotacismo. Dislalia. Cuando todos estos problemas no tenían nombre. La inseguridad, el acoso. Cierro carpeta con aquel pasado y vuelvo a nuestro presente: los pimientos no cuajan. Las flores no cuajan y seguimos sin fruto. Idem con los calabacines. Llegará la hambruna y no estaremos preparados. Al precio que están los tomates, los pimientos, los calabacines, todo, y tú y yo bañándonos en la playa, el agua transparente y el cielo azul, monótono. No, en esta parte del mundo no hace calor a las ocho de la mañana, pero no me apetece correr, solo flotar en el mar, formar parte de él, dejarme llevar en esta superficie sin olas mientras pienso en la nueva novela.
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