Esta semana quería escribirte un relato sobre el amor platónico, pero la conversación de anoche me dejó preocupado. Esta mañana, ni siquiera he hecho mi media hora de ejercicio y meditación. Me he preparado un té negro y me he venido al despacho. No había encendido todavía el ordenador, cuando el mirlo, no te miento, se ha posado en el alféizar de la ventana. Llevaba algo en el pico. No sé qué buscaba. Se ha quedado unos instantes, a menos de un metro de mí y luego se ha marchado. ¿Te has fijado que a las siete ya hay luz? Hoy hace un cielo limpio, ligeramente morado, que terminará en azul. Ayer llovió. Llovió el fin de semana y nos impidió terminar de colocar el mimbre artificial en las puertas recién pintadas. Se nos acabó la pintura y no pudimos seguir pintando la valla. Menos mal. Ahora tenemos la mitad del cerramiento instalado. Tenemos la puerta del garaje desdentada. Eso fue el fin de semana. Incluso nos reíamos cuando, bajo la lluvia, tuvimos que recoger todo deprisa y corriendo.
Y ayer, volviste del trabajo triste. Sobre la mesa, la cena que yo había preparado: repollo con almejas, kéfir con arándanos de postre.
¿Qué podemos hacer?, me dijiste. ¿Tú acogerías a una familia? ¿Somos demasiado egoístas?
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