Surfista mejor que "surfero"
Los hombres de todo el mundo desarrollado se van convirtiendo en siervos cada día más aturdidos, de inaccesibles castillos en los cuales unos técnicos inescrutables manipulan su destino. Verdad es que una y otra vez este sistema a prueba de locos se encasquilla y se sume en disturbios o en corrupción indolente o en los errores de cálculo de una centralización supergeneral; verdad es que la obscenidad crónica de la guerra termonuclear aletea sobre él como un pájaro de presa monstruoso que se alimenta de las entrañas de nuestra abundancia e inteligencia. Pero los miembros de las generaciones paternas, náufragos de la depresión, la guerra y el chantaje nuclear crónico, se agarran desesperadamente a la tecnocracia por el miope sentido de prosperidad que permite.
Escribía en 1969 Theodore Roszak en El nacimiento de una contracultura. Reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil. Sí, aquel mayo de 1969. He llegado hasta aquí documentándome para mi novela de surfistas y pescadores. Este fragmento aparece en una tesis de la Universidad de Zaragoza y está disponible online en ese basurero gigante que es internet. Hay poca información disponible sobre la España de esa época y, menos aún, sobre los surfistas que nos visitaron. Se dice “surfista” y no surfero, que sería la traducción como más directa de surfer, pero es una palabra, dice la Fundación del Español Urgente, derivada como “periodista”, “taxista” o “dentista”. Yo lo he escuchado por ahí, incluso leído, y por eso lo aclaro. A veces, incluso, se me escapa. Surferitos somos y en el camino nos encontraremos.
Gracias a esta tesis ahora estoy aprendiendo que Woodstock además de un festival de música fue algo más, que el mayo francés salió rana y que fruto de todo esto nació una cosa que el aspirante a Doctor, Alexis Mendoza Gómez, llama “Nueva Izquierda” allá en los EE.UU. No lo tenía yo ubicado. Esta nueva ideología incorporó a sus reivindicaciones los derechos de los homosexuales, los derechos civiles, el feminismo, el ecologismo y el racismo alejándose de la ideología marxista. Más próxima al anarquismo comunitario de Paul Goodman, el humanismo existencial de Albert Camus o el antinacionalismo de Frantz Fanon.
Evidentemente, es la historia de un fracaso, de aquellos barros estos lodos, y no sé cómo lo voy a integrar en la novela, pero por algún lado saldrá. Supongo. Me lo estoy pasando verdaderamente bien. Ahora, incluso los que son de derechas, perdón por el anacronismo, aceptan que los homosexuales o las mujeres tengan derechos. Con el ecologismo y el racismo vamos peor, pero mucha gente no se atreve a decir lo que piensa para que no le llamen “facha”.
Supongo que esto es lo que hemos podido mejorar en cincuenta años. Y ahora que Rosalía nos hace a todos tan modernos, no veo mucho margen de mejora. ¿La música ha dejado de ser, también, un arma contra lo establecido? ¿Lo fue alguna vez? ¿Puede el arte cambiar el mundo? Esto pensaban aquellos individuos de pelo largo y falda muy corta. Su objetivo: dar importancia a la vida y a las emociones, al desarrollo del individuo y a la hermandad entre las personas. Cincuenta años después, el poder establecido ha asimilado el rock and roll, las drogas, la meditación y el yoga para convertirlos en otra fuente de ingresos, parte del mercado global e insomne en el que nos ha tocado vivir. Respecto al desarrollo del individuo, me cuentan que los libros de autoayuda y los retiros “saludables” son un negocio en expansión. Todavía no han encontrado forma de rentabilizar “la hermandad entre las personas”. Aún así, algunos (los que creemos que el yoga es algo más que un deporte, la meditación, algo más que un truco mental) seguimos peleando por ello en una sociedad acomodada, temerosa de perder sus privilegios, a quien se le ha prometido cierta prosperidad a cambio de dejar su destino en manos de un grupo que les domina y manipula, sutil e inteligentemente, según sus propios intereses.
El problema es que, a día de hoy, somos una minoría de colibríes en un mundo de panteras. En los años sesenta, lo explica muy bien Alexis Mendoza Gómez, los colibríes fueron más abundantes que en ningún otro momento de la historia y les dio por compartir ideas, debatir, organizarse para influir en la vida social, política y cultural de su país. Y, a diferencia de lo que se pueda pensar, estos colibríes no eran pobres con necesidades, porque los pobres con necesidades no tienen tiempo para pensar en hacer una revolución. Los colibríes de los años sesenta eran jóvenes, pudientes, formados y ociosos que, en lugar de pensar en montar la próxima empresa emergente con la que forrarse, quisieron cambiar una sociedad consumista donde todo era trabajo y productividad. Apariencias. Una sociedad conformista y burguesa, reprimida sexualmente, hipócrita y consumista; centrada en la vida laboral, el orden, los logros, la política convencional, una sociedad tecnócrata, de consumo desenfrenado y pensamiento tradicional.
No lo consiguieron.
Pero gracias a ellos hoy estamos aquí.
Y siempre les quedará Woodstock.
Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.
En el camino. Jack Kerouac


