Atravesamos los Montes de Málaga mientras suena “Coyotes” de Travis Birds.
Te quiero / de una manera tan extraña que cuando lo cuento / noto algo sumergido al fondo de mi pensamiento / que baila conmigo hasta hacerme dormir.
Y un poco más adelante:
Hasta que el cielo chivato se ponga a llover. / Y sea el olor / a tierra mojada / la prueba evidente / que tengas de mí. / Sea el olor / a tierra mojada / la prueba evidente / que uséis contra mí.
Señales.
Para ir hemos elegido la ruta que pasa por Antequera, Córdoba, Puertollano, Ciudad Real. Antes de llegar a Los Cortijos hacemos una parada en Malagón, en la cooperativa, para comprar aceite, una botella de vino para Julio (cumple 77), varias latas de paté. En la carretera nos hemos cruzado con todo tipo de imprudentes. Desde un autobusero que nos ha adelantado a 100 kilómetros por hora en un carreterín de doble sentido (llevaba la mascarilla puesta por debajo de la nariz) hasta un descapotable que ha apurado tanto el adelantamiento que has tenido que frenar para que pudiera volver a su carril. Nosotros vamos tranquilos, cantando, a ratos en silencio, contemplando el paisaje como si fuera la primera vez que atravesamos la Sierra Madrona, el Valle de Alcudia.
Hace un año hicimos este mismo viaje, yo estaba leyendo un autor mexicano cuyo apellido coincide con el nombre del perro de un amigo y ahora no puedo pensar en uno sin acordarme del otro. No sabíamos que sería la última vez que haríamos ese trayecto, pinchazo incluido, con el Ibiza (en el artefacto hay foto, lee el pie), comprobamos la presión de la rueda nueva en la gasolinera del mismo pueblo, Fernán Nuñez, donde esta vez paramos a comer.
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