Un trocito de vida
Feria del Libro de Madrid
Me encantó reencontrarme el sábado con Juan Casamayor y Encarni, de Páginas de Espuma. Hace ya más de veinte años, convencidos por mi maestra Clara Obligado, publicaron una antología de relato hiperbreve y tuvieron el detalle de incluirme. Casamayor fue el primer editor que se mostró accesible a ese chico de Entrevías que tenía la cabeza llena de pájaros. Lindo.
Otra que tiene la cabeza llena de pájaros, literarios, es Mónica Rodríguez. Ese mismo día había comido con ella. Me contó su viaje por las Américas y, con el tacto y disimulo que me caracteriza, intenté alimentar su miedo a volar con el fin de que declinara las invitaciones que tiene para volver en otoño. Recomendación, implícita, de que me enviara a mí en su lugar. No coló. También hablamos de lo que estamos escribiendo, un clásico. O, mejor dicho, de lo que queremos escribir porque este año ha sido tan movido que ninguno de los dos ha escrito lo que quisiera. Es más que posible que ninguno tengamos vacaciones en agosto y, lo peor de todo, es que lo decíamos contentos. En mi caso, tendrá que ser así si quiero llegar a los dos Premios que quiero presentarme. Sarna con gusto no pica. Ya puestos, aproveché para comentarle a Rodríguez uno de los puntos flojos de una de esas novelas. En menos de media hora, lo habíamos solucionado. El tutor tutorizado. Tendré que acordarme de citarla si al final gano. Ojalá volviéramos a repetir en el podio.
¿La firma? Bien, gracias. Dibujé bastantes gatos. Gracias infinito a Yolanda Caja y Eusebio Lara, al resto del equipo de Santillana, en especial a la Comunity Manager y a las dos mujeres que estaban en la caseta conmigo y cuyo nombre no recuerdo (perdón); gracias a todas las personas que, por equivocación u obligación, compraron Código 9; gracias a Ángela y Nacho por saltar al otro lado de la pantalla, a ese tipo enjuto que corría maratones y tenía un reloj igual que el mío, al padre de ese chico de doce años que, con mirada inocente, reconoció haber leído Sapiens, a ese adolescente lector de Marco Aurelio al que su tía le había pedido por favor que fuera a saludarme (y comprar un par de libros), a ese hombre lleno de bolsas que todavía tenía fuerzas para pararse a charlar conmigo y gracias a todos los amigos y familia, familia que son amigos, amigos que son familia y algún que otro despistado que os pasasteis por la Feria del Libro de Madrid la tarde del sábado. Vosotros marcáis la diferencia.
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