Estos días estoy terminando la novela de Felixa y corrigiendo las pruebas de Las malas películas, la novela que publicaré con edebé en septiembre. La novena. La sexta para público juvenil. Todas con ellos. Ninguna igual. Aunque todas, juveniles y adultas, siguen el mismo patrón: el protagonista tiene problemas (propios o causados por algún personaje externo) y, al final, consigue superarlos. Dicho así. En unas más que en otras, me he peleado por contarlo de forma distinta, explorar un tema que no hubiera tocado antes, siempre prestando atención al orden de las palabras, a esa música que debería crear en el oído ajeno. El narrador. Incluso en alguna ocasión he huido de la primera persona porque me parecía que se parecía demasiado. Juegos de palabras aparte, Las malas películas, la novena novela de Pedro Ramos, aliteraciones aparte, está contada a dos voces, dos narradores: un profesor y un alumno. Los dos son protagonistas, es decir, tienen problemas, propios y ajenos, y los dos consiguen superarlos. Uno gracias al otro. El otro gracias al uno. Porque cuando ayudamos nos estamos ayudando a nosotros mismos.
Llega un momento en la escritura que todo encaja. Tu existencia se convierte en una conversación continua con tus personajes. En ese momento, el autor desaparece y deja paso a su obra. Al principio, está demasiado presente la razón, la premisa con la que empiezas a escribir, pero, a medida que avanzas, todo se mezcla, como los sabores de un guiso. La novela toma otro sentido, distinto al que querías darle, desconocido. Es como si escribieras sin saber lo que escribes. Por mucho que hayas planificado, sientes que debes dejarte llevar. Puedes tardar incluso años en saber lo que has escrito. Esa novela que escribí en unos pocos meses, llevaba toda la vida cocinándola. La escritura no es la respuesta a una pregunta, es la exploración de las posibles respuestas. Por un instante ordenas el mundo. Te lo crees. Es un trabajo muy duro simplificar la vida para que encaje en un libro. Duele. La ficción es tan verdad como la versión del mundo que elegimos llamar realidad.
Dice Alfonso, el profesor, en un momento de Las malas películas. Sí, hablo del proceso de escritura (tan parecido a la vida) y también (otra constante) transmito un mensaje de optimismo y agradecimiento. Porque ya tengo edad suficiente, con o sin Premio edebe de Literatura Juvenil 2022, para reconocer que lo bueno, lo realmente bueno, es estar vivo y poder contarlo.
Por eso esta historia, también, es un tributo a aquellos profesores que se tomaron en serio mi educación. Gracias a ellos, hoy estoy aquí.
Un tributo, también, a la lectura, a su capacidad para formarnos como personas, a su fuerza transformadora. La lectura como fuente de conocimiento, impulsora de la creatividad y de la imaginación. Capaz de convertirnos en lo que nunca imaginamos.
Hacía poco había visto una película de un niñato que se liga una piba que se acaba de mudar de un pueblo y resulta que el tío es listo, está bueno y encima es millonario de tener chófer y todo, pero está triste porque su padre se ha muerto. Me dio la risa. La rubia y él pasan un fin de semana en una casa súper grande en Galicia y ven una peli en el jardín y se bañan en el mar y vuelven y ella se cree que se ha enrollado con otra que se ha intentado suicidar y que también está buena, porque en las pelis todas tienen que estar buenas, hasta las que no tienen que estarlo, y solo los empollones son como más feos y feas, pero aún así. Al final, todos felices. Y no sale para nada la madre del niño rico ni vuelve a hablar del padre. Normal. Es mejor que tu padre esté muerto y tú seas millonario a que sea un puto borracho que se gasta todo el dinero que gana tu madre porque él lleva desde siempre sin curro. Es mejor que tu padre esté muerto que aguantar sus gritos a las tres de la mañana y a las seis. Es mejor que tu padre esté muerto que tener que levantarte a defender a tu madre, que llega de currar y se encuentra una fiesta en el salón de su casa.
Así habla Marcos. Es un adolescente. Está muy enfadado. Aunque no lo diga, el barrio es Entrevías y muchos de los recuerdos de Alfonso, de Marcos, sus experiencias, fueron las mías. Esta es mi novela más autobiográfica, supongo. Hay hasta una bailarina, que se llama Laura, y es la chica más guapa y con más potencial de todo el instituto. Capaz de salvar a Marcos. El amor, en todas sus formas, es otra de las constantes en todo lo que escribo. Incluidos, por supuesto, estos artefactos.
No importa de dónde venimos sino adonde queremos llegar.
Por mucho tiempo que pase, en este barrio siempre habrá un chico que tenga que ir al bar a buscar a su padre.
La madre del camarero, la cocinera, ¿se habría jubilado? Arrojé la colilla del cigarro que no me había fumado al suelo y la pisé con fuerza.Quien sabe cuántos chicos habrían pasado por lo mismo que yo. Cuántos estaban por pasar. La mayoría, tarde o temprano, repetirían la conducta de sus padres. Los hijos de alcohólicos tienen más probabilidades de desarrollar una adicción, los maltratados de ser maltratadores. Y lo peor es que, aunque no seas ni una cosa ni la otra, vivirás el resto de tu vida con ese miedo. Convertirte en. Un alcohólico no puede curarse. Puede dejar de beber, pero seguirá siendo un alcohólico.Había leído algo parecido en uno de tantos ensayos. Este quizá más comprensivo y certero porque lo había escrito un abstemio que había pasado por aquel infierno. Lloré leyendo aquel testimonio. Muchas de las situaciones que relataba me recordaban mi pasado, pero sobre todo lloré de frustración:nunca entenderé porqué mi padre hacía aquello. ¿Por qué bebía? Aquello le estaba matando, aquello le estaba separando de mi madre, de nosotros.
La malas películas, en septiembre, en las mejores librerías.