El sábado vamos a Fuengirola. Tengo que dar el pregón de la Feria del Libro que, este año, tiene que ver con el circo. Empiezo con un “¿Cómo están ustedes?” y lo repito hasta tres veces. El público (los padres de los niños que leerán después de mí) responde “Bien” cada vez más fuerte. Tres veces. Explico que el circo para mí son los payasos de la tele. Cuento lo bien que me lo pasaba aquellas tardes de bocadillo y canciones. Recuerdo, cómplice, que cuando adolescente apareció otro payaso en mi vida: el de It de Stephen King. Y vuelvo a los payasos de la tele. A sus canciones.
Todas tenían un mensaje. Sí, eran entretenidas, nos hacían movernos y, además, tenían valores. No eran vacuas. Porque no basta con contar historias, cantar canciones, en la tele, en internet, en el circo y en los libros. Las historias que perduran, las que a mí me interesan, las que leo/escribo sirven para transmitir lo importante: el amor, en todas sus formas, empezando por uno mismo y terminando en los otros. Y la magia. La magia de estar vivos.
Y, tras una pausa, cierro el pregón. Recojo lo que he sembrado al principio.
Así que, la próxima vez que alguien les pregunte “¿Cómo están ustedes?”. No respondan a la ligera. Miren en su interior y asegúrense, antes de decirlo, que están bien, muy bien. O regular. Sean sinceros. Porque solo desde ahí, entonces, podremos empezar a cantar aquello de “Había una vez, un circo, que alegraba siempre el corazón”.
El publico aplaude, bajo del escenario y te busco con la mirada.
Soy un escorpión, te diré después, aludiendo a la fábula del escorpión y la rana. Pero no voy a renunciar a lo que soy. En lo que creo. No voy a perder una sola oportunidad para hacerme oír. Los problemas de salud mental siguen aumentando. Entre jóvenes y adultos. Hablemos de ello. Ataquemos el problema de frente. Uno a uno. Empezando por nosotros mismos. Nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo. La próxima vez que alguien te pregunte “¿Cómo estás?”, aprovecha para examinarte. A conciencia. Y dile lo que sientes. La verdad. O no se lo digas, pero chequéate, vigila tus emociones. No eres una autómata.
Después del pregón, durante la firma de libros en una de las casetas/carpa, la de Proteo, conozco a una odontóloga que tiene pacientes con Asperger y me cuenta que, cuando te ganas su confianza, se dejan hacer. Le dedico El coleccionista de besos, encantado, con algo de lástima porque si la hubiera conocido antes, IAN habría ido al dentista. También pasa por la caseta una maestra. Ella está más interesada en Un ewok en el jardín. Le pregunto si en su colegio tienen algún caso. Me responde que hay una niña en su clase que se autolesiona.
¿Edad?, pregunto.
Doce, responde.
Charlamos. Creo que se lleva el ewok y Héroes, junto al garabato de gato, le apunto mi página web para que me mantenga informado. Nos despedimos. Estoy perdido en mis pensamientos, observando a los que van y vienen, cuando escucho tu nombre. El payaso que hay al final del pasillo que forman las carpas vuelve a decirlo. Laura. Allí se han congregado bastantes personas, familias, y, supongo, se desarrolla un espectáculo. La tercera vez que lo escucho me levanto, me asomo y te veo con el vestido negro, corto, el pelo suelto, negro, rizado, muerta de vergüenza junto al payaso. No puedo perdérmelo. Me despido de las chicas de Proteo con un “Este autor hoy ya no firma más libros” y me acerco.
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