Diario de lecturas
No me acuerdo de nada
La tarde del Apagón aprovecho para leerme un libro. Hacía mucho. Con un estilo sencillo y directo, a medio camino entre las memorias y el chascarrillo, Nora Ephron reflexiona sobre los temas más variopintos y aprovecha para dejar constancia de su paso por este mundo. No todos podemos ser Jaime Gil de Biedma.
Cuando compré el libro, recomendado por una librera, no sabía que Ephron había sido la guionista de varias comedias románticas (Cuando Harry encontró a Sally) y que llegó a escribir y dirigir algunas películas del mismo estilo (Algo para recordar y Tienes un e-mail), tampoco que había sido periodista (Esquire, New York Post, Newsweek) en el Nueva York de los sesenta, cuando todo eran hombres, y de su relación con el Watergate. Así de injusta es la vida. Y la memoria. Como Ephron, tiendo a olvidar mucho de lo que leo y, aunque algo de este conocimiento se queda en mí, lo hace como una fina película de sedimento que termina conformando un estrato. Pasado mañana seré incapaz de recitar las obras de Ephron, pero tendré una vaga idea de su obra y milagros. Ah, sí, la de las comedias románticas, reconoceré cuando alguien dotado de retentiva diga “Sí, hombre, la que dirigió Tienes un e-mail”. Podría imitar su estilo, algunos de sus giros (¿lo estoy haciendo ahora mismo?) y recordaré su fino sentido del humor, ese tufillo esnob del que ha vivido en Nueva York toda la vida y está orgulloso de ello. Precisamente esta semana Moby escribió en su Substack (sí, Moby es otro de esos que tiene Substack, hay un montón de famosos que se dedican a contar su vida en esta plataforma) que se mudó a Los Ángeles porque para él era imposible estar sobrio en “la Gran Manzana”.
En 2009, después de estar sobrio durante unos meses, aprendí dos cosas:
1. Ser un borracho libertino en Nueva York había sido fenomenal.
2. Ser una persona sobria en Nueva York era insoportable.¿Pero qué hacer? Yo era neoyorquino. Así que durante unos meses luché, yendo a reuniones, pasaba mis noches viendo la tele mientras comía cereales y cerraba las ventanas para no escuchar el sonido de los borrachos celebrando su bacanal en la ciudad de Nueva York.
Si crees que Nueva York no es una ciudad de libertinaje, solo cita una gran canción de Nueva York que no trate de ser un alegre sibarita.
“Walk on the wild side”. “New York groove”. La canción de Jay-Z y Alicia Keys. “Mona Lisas and mad hatters”. “Jean genie”. Y así.
Nueva York es una go-go y todo sabe bien.
Hasta que no lo hace.
La traducción es mía. Perdón. Cada uno cuenta la fiesta según le ha ido. Ahora Moby vive en Los Angeles y se jacta de dar largos paseos por las montañas. No escribe mal.
Es muy difícil elegir un fragmento representativo de No me acuerdo de nada de Nora Ephron. Me quedo con este por su sentido del humor.
Me da pena el teflón.
Fue estupendo mientras duró.
Ahora resulta que es malo para la salud.
O, por decirlo con mayor precisión, resulta que, al calentarse, el teflón libera un producto químico que entra en el torrente sanguíneo y probablemente produzca cáncer y malformaciones fetales.
A mí me encantaba el teflón. Me encantaba la tortita de ricota sin hidratos que me inventé el año pasado, que solo se podía hacer con teflón. Me encantaba mi sartén Silverstone con revestimiento de teflón, que hace unos filetes maravillosos. Me encantaba el teflón como adjetivo: tuvimos un presidente de teflón (Ronald Reagan) y tuvimos un mafioso de teflón (John Gotti), a quien con el tiempo se le estropeó el revestimiento y acabó convertido en un duplicado metafórico casi exacto de mis sartenes de teflón. Me encantaba que el teflón lo hubiera inventado Roy J. Plunkett, un nombre que habría bastado por sí mismo para garantizar que el teflón nunca se convertiría en un producto peligroso.
Pero recientemente, Dupont, el fabricante de la resina de politetrafluoroetileno (PTFE), que es como se llamó al teflón cuando se descubrió por accidente en un laboratorio en 1938, ha alcanzado un acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental por valor de 16,5 millones de dólares: parece ser que la compañía sabía desde el principio que el teflón era malo para la salud. En Estados Unidos esto ya es un cliché: una compañía que cotiza en bolsa es titular de la patente de un descubrimiento científico que resulta ser perjudicial para la salud, y la empresa lo sabía desde el principio. Garantizado.
Pero me da pena el teflón.
También esta semana he leído La cacería de David Lozano, reciente Premio edebé. Una novela de aventuras con videojuegos e Inteligencia Artificial. Tiene muy buen ritmo. Perfecta para un vuelo Málaga-Asturias, donde tuve la suerte de conocerle en persona. A él y a Sofía Rhei, entre otros.
Un trocito de vida
Lectura recomendada
Sí, estuve en Vegadeo. Leí en voz alta un fragmento de Las malas películas (muy bien elegido, por cierto), conversé con los alumnos que habían leído la novela y dibujé algún gato. Todo esto dentro de un proyecto mastodóntico que intenta promover el desarrollo del medio rural. Hay personas que se lo curran. Muchos colibríes por el mundo. También allí conocí a Sonia García y Carles Escolà de edebé. Ellos no salen en la foto, pero sin ellos (y otros tantos) todo esto no sería posible.




Esta semana varias profesoras me han escrito para contarme que Un ewok en el jardín aparece como lectura recomendada para 4º de la ESO. Me he sentido dos veces orgulloso. La primera, porque estas profesoras se hayan acordado de mí. Hasta el punto de escribirme para contármelo. La segunda, porque comparto página con Juan Mayorga y Ursula K. Le Guin, casi nada.
Lucía Pascual (la profesora del IES Martín Aldehuela a la que mantuve en el anonimato la semana pasada) me ha dicho que, de verdad, van a poner todos los títulos que menciono en Las malas películas en un expositor en la biblioteca del centro. Como os conté, les pedí, por favor, que llamasen a esa sección (¿cómo iba yo a pensar en un expositor?) “Los libros malos”. ¿Serán capaces? Le he pedido que, de hacerlo, me envíen fotografías.
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