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Mens sana in corpore sano

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Pedro Ramos
dic 05, 2025
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Cuando dejé mi empleo como publicista para escribir mi primera novela, Masculino singular, me apunté a un gimnasio que había cerca del estudio donde vivía, un cuarto sin ascensor en el Madrid de los Austrias. Allí conocí a Fernando Guillén Cuervo. No conseguí que se leyera alguno de los guiones que había escrito (en esa época grabé algunos cortos y soñaba incluso con dirigir un largometraje). Si llegó a leerlos, no se atrevió a decirme lo que pensaba de ellos. El viejo truco.

Después nos mudamos a A Coruña y allí repetí la fórmula: apuntarme a un gimnasio como excusa para mantenerme activo. Primero, en La solana y luego, en La casa del agua. Como siempre me han aburrido las pesas, me apuntaba a clases de Pilates, Spining…

Un día probé eso de correr. Por mi cuenta. Salí al paseo marítimo de A Coruña y enfilé hacia la Torre de Hércules. No recuerdo lo que hice ese primer día. Sí recuerdo que antes de volvernos a mudar era capaz de dar la vuelta al paseo marítimo para regresar a casa, ese piso en el Orzán que parecía sacado de una película de Almodóvar, por la zona del puerto.

Un día las olas rompían con tanta fuerza que le dije a Lau: Pensé que me iba a saltar un pulpo a la cabeza. Películas. Era A Coruña y su luz de ciudad sumergida. Estaba encerrado escribiendo, o haciendo cuentas (por aquel entonces me ganaba la vida dando talleres de escritura, organizando encuentros literarios, hasta un Festival) y me tiraba a la calle con una chaqueta negra y roja (todavía la tengo), unas mallas y las deportivas que pudiera pagarme, nada sofisticado. No miraba la predicción meteorológica. Tenía que salir. Descubrí que correr me servía como válvula de escape. Hoy podría incluso escribir cual es la hormona que se libera después de una buena carrera. No lo veo necesario. Correr me mostró que había una alternativa al alcohol, el tabaco y otras drogas para restablecer mi equilibrio. Mental. Y que este ejercicio, practicado con cabeza, también tiene un efecto beneficioso en mi físico.

La última novela que escribí en A Coruña fue El coleccionista de besos. Ian, el protagonista, es una persona diagnosticada con Trastorno del Espectro Autista, que cuando se siente muy estresado sale a correr por el paseo marítimo. Las novelas están llenas de estos detalles. A veces, los recuerdo.

¿Por qué empecé a correr? ¿Por culpa de una mujer, que todavía no era mi esposa, que cree en los beneficios del ejercicio físico? ¿Por moda? ¿Por Forrest Gump? Nunca lo sabré. La verdad, no me importa el motivo. Pero, puestos a bucear en el pasado, hay un recuerdo que podría haberlo cambiado todo.

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