Tienes la guerra declarada a las orugas. No hemos terminado de comer y te lanzas sobre el geranio que hemos puesto sobre la mesa nueva. Me enseñas orgullosa un diminuto capullo, minúsculo, sin abrir.
El culo de una oruga, dices.
Efectivamente, hay un agujero y, a través de él, puede verse la parte posterior de la oruga, verde, casi fosforescente, preocupa…
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