A primera hora del lunes, me envías un mensaje. Todavía dormido, lo leo por encima. Muere… Marías. Pienso en el otro Marías. No puede ser él. Fernando. Doy clase a M. M no sabe que he ganado un premio, tampoco está suscrito a los artefactos. Ni a la versión gratuita. Nos conectamos cada quince días, corrijo sus textos, le empujo un poco más allá. En siete tutorías ha encontrado la voz para su libro. Tiene que pulirla, pero la tiene. También sabe lo que quiere contar. Lo conseguirá. Es cuestión de ponerse todos los días un ratito, le digo. Sumar. Le animo a que siga. Lo está haciendo muy bien. Para su crecimiento, como autor, no necesita saber que he ganado el XXX Premio edebé de Literatura Juvenil (todavía me cuesta escribirlo). Mi autoridad no se sustenta en mi currículum. Pienso que es mejor así. Cree en lo que digo, las correcciones que le hago. Sin aval. Tampoco yo sé si acaban de reconocerle su trabajo. Quizá sea el empleado del mes. O el mejor del año en lo suyo. M y yo no hablamos de nada que no sea su proyecto literario. Terminamos la clase puntualmente, nos despedimos. Todavía con su texto en mi cabeza, tardo en desconectar, abro el navegador. Intento vaciarme para aprovechar un rato, ponerme con mi novela. Pero no seré capaz. Vuelve a aparecer la noticia que tú me has enviado a primera hora y yo no he sabido leer: Muere Fernando Marías a los… ¿Muere Fernando? Miro la fotografía. Es él. Fernando. Ha muerto.
Soy novelista porque en un lugar donde nunca he estado una bala disparada por un viejo fusil mató a un hombre veintiún años y seis meses antes de que yo naciera.
Esta semana quería hablarte de Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. ¿Para qué sirve hacer planes? La noticia de su muerte me entristece. No, nos veíamos todos los días, no hablábamos todos los meses, pero Fernando siempre estaba ahí. Sabía que podía contar con él. Siempre estaba dispuesto a arriesgarse, intentar algo nuevo. Era generoso, inteligente, amable. Escribía, sí, también era enorme en el escenario. Tenía sonrisa de duende. Fue de los primeros autores que me trató como si yo fuera un escritor. Recuerdo dos conversaciones con especial cariño.
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