Victoria había intentado cambiar ella misma el foco del baño y había sido incapaz. Luego había llamado a la persona que le hacía todas los arreglos en su antigua casa, pero, tras una conversación tediosa y sin sentido, el otro se había desmarcado diciendo que para cambiar sólo un punto de luz en el baño, no le salía rentable, que sería mejor esperar a que tuviera que realizar varias tareas y, entonces sí, acudiría. Victoria se enfadó tanto que llegó a gritarle que lo haría ella misma. Y volvió a intentarlo. Con el mismo resultado. Y fue mientras maldecía su impotencia, cuando se le ocurrió que, quizá, el camarero del bar donde desayunaba conociera a algún electricista. Claro que sí, seguro que en algún momento había necesitado los servicios de uno. Además, por allí seguro que pasaban electricistas, fontaneros, de todo, vamos. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
—Claro que sí —dijo el camarero—. ¿Para qué lo necesita? Según lo que sea le puedo recomendar uno u otro.
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