El viernes vemos El buen patrón de Fernando León de Aranoa. Brillante. Le pones un diez. Sin dudarlo. Javier Bardem, soberbio. La forma de andar, la cabeza metida entre los hombros, cómo arrastra las palabras. Hay actores a los que no puedes dejar de ver, por muy bien que lo hagan, o precisamente por eso, que tienen los mismos gestos, que siempre interpretan el mismo papel o uno muy parecido. Aquí Bardem interpreta el antónimo de su personaje en Los lunes al sol, también de León de Aranoa. Tenemos que volver a verla. Apenas la recuerdo. León de Aranoa se llevó este año, el tercero ya, el Goya a Mejor Guión Original.
El Goya a Mejor Guión Adaptado queríamos que lo ganara Pan de limón con semillas de amapola. Ahí estaban Benito Zambrano y Cristina Campos. No la hemos visto, pero durante los instantes que salieron en la pantalla gritamos “Mira, mira” al unísono. Ganó Las leyes de la frontera de Daniel Monzón y Jorge Guerricaechevarría. Habrá que verla. Guerricaechevarría (el guionista habitual de Alex de la Iglesia, también de Daniel Monzón, que incluso ha escrito para Pedro Almodovar) ha firmado cuarenta guiones que se hayan producido. Casi nada. Mis favoritas son La comunidad, Celda 211, Cien años de perdón y Quien a hierro mata. Me acabo de dar cuenta: las tres últimas están protagonizadas por Luis Tosar, otro actor enorme. Guerricaechevarría también es el guionista de la serie 30 monedas dirigida por Alex de la Iglesia. Vimos la primera temporada y nos gustó bastante. Y eso que no es un género que a nosotros nos enganche.
En esas semanas de espera, Marina continuo con la rutina diaria en la panadería. Cada día aprendiendo un poco más del arte del buen pan. Además, descubrió el placer de los paseos en solitario junto con esa perra vieja que podría decirse que ya era suya. Marina recordó, en una de esas caminatas, la bronca que el párroco le había echado a Catalina por no conseguir el sabor del pan de limón. De hecho, el pueblo entero se quejaba. Porque ni Úrsula, ni Catalina, ni ella habían conseguido en esos treinta días que llevaban juntas el sabor delicioso y único de ese dichoso bizcocho al que Lola les había acostumbrado. No había manera de conseguir ese sabor dulce y delicado, esa textura exquisita, por más que siguieron la receta escrita en el folio amarillento de la cocina. Además, cada habitante del pueblo, nada más llegar por nada más dar un mordisco, ofreció una opinión sólida al respecto: lo habéis sacado demasiado pronto del horno, demasiadas semillas, pocas semillas, poca harina, demasiada harina, demasiado limón…
Como había cambiado el rumbo de su vida en un mes. <<Lola, no me voy a ir de aquí hasta que descubra por qué me has regalado tu vida. Tu casa. Ya toda esta gente entrañable que te ha acompañado siempre.>>
En una entrevista comenté, con ironía, que si escribiera una novela sobre nazis en la costa del sol me lo llevaría a mi terreno. Seguro que el protagonista, o el nazi, se enfrentaría a una decisión moral y así tendría que hacerlo también el lector. Cuando terminé la entrevista recordé que ya había leído algo así. Pero no sabía quién lo había escrito, ni el título. El otro día me acordé.
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