Ahora, que cada vez anochece antes, se me hace más largo esperarte. He hecho ensalada de espinacas con mango, aguacate, nueces y queso curado. Son más de las nueve y media, me preocupo. Permanezco atento al sonido de la marcha atrás del Cerulian mientras pongo la mesa. Llegas tarde, cansada. Te pregunto qué tal el día, no tienes ganas de hablar, me devuelves la pregunta. Hoy he escrito sobre la generosidad, te respondo. A partir de un artículo muy interesante en el New York Times. Según un estudio reciente, la ciencia necesita verificar nuestras intuiciones, la generosidad con los demás, sobre todo con los desconocidos, es mucho más apreciada por el receptor de lo que pensamos en principio. Creamos o no en el karma, este experimento viene a decirnos que el altruismo al azar, hace sentir al receptor mucho mejor de lo que creemos.
El estudio consistió en repartir una golosina a 50 de los participantes y calificar cómo se sentían. A otros 50 no se les dio la golosina, pero se les preguntó cómo pensaban que se sentirían los que sí la habían recibido. Y a otros 50 se les dio una golosina con la opción de regalarla a un desconocido. También se les pidió que cuantificaran su estado de ánimo y el de los receptores. Los investigadores descubrieron que quienes recibían la golosina se sentían mejor de lo que creían las personas que la regalaban. No solo eso: los receptores, al cuantificar su felicidad, lo hicieron con una puntuación más elevada que los del primer grupo, los que habían recibido la golosina solo por participar en el experimento.
Como la vez que Kasia apareció con un café entre clase y clase. Como cuando Raquel se ofreció a llevarme en coche a casa. Como esa llamada de teléfono inesperada. Como esa palabra de ánimo que un completo desconocido te regala. Terminamos la ensalada mientras hablamos sobre esto y soy tan naíf que, al día siguiente, añado un par de páginas al capítulo sobre la generosidad de un libro que no sé si llegará a existir.
Porque creo.
Creo que si todos realizásemos ese gesto, por pequeño que sea, el mundo sería un lugar mejor. No es necesario ser millonario ni dedicar tu tiempo libre a una organización benéfica, basta con estar atento y, cuando se presente la ocasión, actuar de forma altruista. Prestar ayuda a quien la necesita. En tu hogar, lugar de trabajo o por la calle, un saludo que incluya mirada a los ojos, una sonrisa, un abrazo, son acciones suficientes para mejorar nuestro entorno y así el mundo en el que vivimos, ese del que solo nos llegan malas noticias. Compartir tus sueños, tus ideas, tu entusiasmo puede contagiar a otras personas, animarlas igual que otras personas te inspiraron a ti. No se trata de ignorar el sufrimiento, el dolor que nos rodea sino combatirlo, de manera positiva, constructiva y hacer de un nuevo día una nueva oportunidad. Para ti, para los demás. Sin esperar nada a cambio.
El mundo no es un ente abstracto, no es eso que hay ahí afuera, tú formas parte del mundo y las personas que te rodean también, por lo tanto, tu generosidad para esas personas es el primer paso para que el mundo mejore. Sin importar la escala de este gesto, al alcance de tus posibilidades, estarás produciendo un beneficio que se amplificará como las ondas de una piedra que lanzamos a un estanque.
Recuerda, como con casi todo, la generosidad tiene que empezar para contigo misma.
Lo que más me gustaba de mi abuelo era su carácter. Para todos tenía una palabra de ánimo y afecto, un gesto, un mote gracioso; a veces un chiste. Caminaba erguido, impoluto, siempre atento a las tiendas que bajaban la persiana de manera definitiva. De su mano me sentía el dueño de aquel mundo en descomposición que agonizaba entre fuegos artificiales.
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