Felixa ha recibido sus primeros mensajes. ¿Deberíamos ponernos celosos? Telma también tenía sus admiradores, pero los artefactos donde aparecía no llegaban a ser tan populares como los de Felixa. Telma y Felixa son muy distintas y me llevan a lugares distintos. De alguna manera, así es como lo siento, Telma era más grave y Felixa es más pizpireta. ¿O seré yo? Perogrullada: no hay dos gatos iguales. Recuerdo por un instante a Siete y a Byron y me sale esa sonrisa que solo me sale cuando pienso en los gatos que han convivido con nosotros.
Nada de esto hubiera pasado si no tuviéramos jardín.
Yo nunca me habría encontrado un ewok.
Ni hubiera aparecido Felixa.
Nuestro jardín fue durante bastante tiempo uno de los temas principales de estos artefactos. Incluso recomendé libros al respecto. Pero a los lectores no les entusiasma que florezca el hibiscus o que me crezcan las acelgas. Por cierto, ahí siguen, seguimos. Una vez a la semana, comemos nuestras propias acelgas. Y lechuga. Saben distinto. Ahora, con el frío, parece que han ralentizado su crecimiento. Veremos.
El magnate y su esposa están incómodos, se sienten fuera de lugar en esta tierra noble y rica que les dio origen y a la postre los acogerá; no olvidemos que en el rechazo a la tierra, en el odio a la tierra, además de la vergüenza por los orígenes considerados humildes, se manifiesta el pavor a la muerte que liftings, dietas y tintes tratan en vano de exorcizar. La actual cultura de la juventud —nacida con la revolución industrial, ya que hasta la invención de las máquinas y la velocidad era la vejez, con su progresiva acumulación de experiencias, la que tenía un “valor”—, es incompatible con la jardinería. En el jardín, la cualidad tal vez más importante es la paciencia, ya que su estado permanente es el de la espera. Uno se convierte en jardinero cuando, con los huesos rotos por la fatiga, descubres el placer de la espera. El multimillonario y la multimillonaria, ocupadísimos, acostumbrados a la satisfacción inmediata de sus deseos y caprichos —y acostumbrados a constantes prácticas de exorcismo de la decadencia física y de la muerte, así como a la de acumular "posesiones" y "objetos" destinados a sobrevivirlos—, elevados a la categoría de "modelos" en el mundo actual, en un jardín resultan ser los más desfavorecidos.
Rescato este fragmento de uno de aquellos libros, Jardines de Umberto Pasti. Supongo que lo de romperse los huesos por la fatiga es una licencia poética. No hace falta llegar a este extremo para reconocer que sí, que este jardín me ha enseñado el significado de esa palabra: paciencia. Y ahora que al jardín le ha salido una gata, todavía más. Más calma y más paciencia. Más estar y más ser. Menos hacer y menos producir. Más escuchar y menos hablar. Más leer y menos escribir. Sumando arriate y jardineras, lo que llamamos jardín, son apenas quince metros cuadrados. Le hemos sacado tanto partido en los cinco años que llevamos aquí… Más de una vez has dicho que no serías capaz de volver a un piso. Te pones triste de solo pensarlo. Imagino el mohín que estarás haciendo ahora mismo, al leer esto, en el tren camino de Madrid. No te preocupes, no estoy pensando en mudarnos. Ahora. Además, ¿qué haríamos con Felixa?, ¿meterla en un piso? A ella sí que le da algo. Y a ti cuando empiece a subirse por las cortinas. Eso o abandonarla, ¿te imaginas? Se me hace bola solo escribir la palabra. Aunque no queremos ser responsables, somos responsables. Quizá la ha enviado el universo, precisamente para evitar que volvamos a mudarnos. Ahora quien hace el mohín soy yo. Al más puro estilo Clint Eastwood, como dice Marian.
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