Eso que tú me das
La importancia del autocuidado, morriña a la japonesa, una serie excelente y un vídeo de buen rollo
Un trocito de vida
Entrenar en domingo
El sábado, Lau me dio calabazas. No tengo fuerzas, dijo. El sábado por la mañana habíamos planeado hacer juntos una rutina de ejercicios unilaterales. Después, hidromasaje y sauna. La idea era desayunar, hacer algo de tiempo cada uno a lo suyo y marcharnos al gimnasio. Mientras yo preparaba unas costillas a baja temperatura (receta robada a Elvira y Dani), ella jugaba con los helechos. Los helechos están en mi zona del jardín. Asalvajados. Han colonizado todo el arriate y es donde, hasta que ha llegado agosto disfrazado de julio, se escondía Felixa. Me encantaba ese bosque bajo que habían formado, que me rozasen en las piernas al pasar. Pero Lau quería meterlos en vereda. Incluso habían empezado a echar raíces en la caseta, dijo. Y yo la dejé hacer hasta las doce y media, que era la hora límite para irnos al gimnasio.
No tengo fuerzas, de verdad, me dijo.
Tenía las tijeras de podar en la mano. En el pasillo, amontonadas, una tonelada de ramas de helecho. Sobre ellas, llena de esporas, Felixa. ¿Seguro?, pregunté. El pelo revuelto, el vestido azul, mínimo, empapado. ¿Me traes una pastilla de las mías?, insistió. Subí al botiquín, bajé servicial. Molesto. ¿Nos quedamos entonces?, dije. ¿Vamos mañana?
El sábado no hubo gimnasio. Lau no tenía fuerzas así que pasamos el resto del día arreglando el jardín, poniendo a punto la bicicleta (casi la lío), limpiando las rejillas y revisando los filtros del aire acondicionado (casi la lío), limpiamos las contraventanas y los toldos, toqué el piano, escribí un capítulo. Las costillas puedo hacerlas mejor. Tengo que perfeccionar el adobo y ajustar el tiempo de horno. Entonces, compartiré la receta.
El domingo sí hubo gimnasio. Entrenamiento unilateral. Ir con Lau me saca de mi zona de confort, hago ejercicios de movilidad distintos y, aunque sigue aburriéndome eso de levantar pesas, se me hace más ameno el entrenamiento. Como casi todo con ella, me sabe mejor. Nos sorprendió la cantidad de parejas que aprovechan el fin de semana para entrenar juntos. Aún así hay menos gente que un día de diario. Me parece un plan estupendo. ¿Qué mejor que autocuidarse junto a la persona con la que has elegido compartir tu vida? Porque eso es ir al gimnasio: autocuidado. Nosotros, al menos, no lo hacemos por estética, lo hacemos (convencidos) por salud. Y si te pasas toda la semana de aquí para allá y solo te queda la opción del fin de semana siempre será mejor que tumbarse en la playa a hacer la ameba. Con todo mi respeto a las amebas.
Durante el hidromasaje (los “chorritos”, como los llama Lau) pude jugar a “Gravedad cero”. Qué cara de felicidad pones en la cama de burbujas, dijo Lau al verme gozar como un niño. Y tenía razón. Intenté explicárselo, después, en la sauna, pero hay momentos imposibles de contar. Por muy bien que se nos den las palabras. Y tampoco hace falta.
Algo para leer
Nagori
Ya he hablado de este libro.
Fue en marzo de 2023, cuando nadamos en Toledo porque yo tenía que dar un curso allí y, aprovechando que el Tajo pasa por Toledo, nos hicimos unos largos en su piscina municipal. Nagori de Ryoko Sekiguchi sigue siendo lo más delicado que he leído en mucho tiempo. Será el último libro que comentemos en el Club de Lectura Online Artefacto Terrícola. Esta tarde a partir de las 18 horas. Estará con nosotros el divulgador cultural Andreu Escrivà. Todavía puedes apuntarte aquí.
Nagori destaca entre los términos de la temporalidad. Por un lado, al estar a caballo entre dos estaciones, altera la representación estática que nos hacemos de su división. Por otro lado, nos da una idea del carácter eminentemente frágil y valioso de esa transición de una temporada a la siguiente y nos permite prolongar el momento de la despedida de la estación que concluye.
En efecto, conviene recordarlo: en otros tiempos, las diferentes épocas del año poseían todas las características de un hado. Mientras nos hallábamos inmersos en una de ellas, era impensable pasar a otra mediante el clima o el alimento. Si nos remontamos más aún, no sólo no se podía vivir más que una estación cada vez, sino que era imposible imaginar que otra pudiera existir simultáneamente sobre la faz de la tierra, en otro continente.
En la actualidad, el aumento de la movilidad ha modificado la noción de estación. Podemos traer productos de tierras remotas, de otro clima y de otra temporada, o bien podemos desplazarnos nosotros hasta ellos; si lo deseamos, bastan unas pocas horas de avión para aterrizar en otra estación.
Ni siquiera los defensores acérrimos del producto de temporada, que condenan la verdura importa da por su huella de carbono, se escandalizarían ante la idea de desplazarse en avión o de pasar sus vacaciones en un lugar donde reina otra estación. Nos olvidamos enseguida de que nuestros antepasados sólo podían vivir en la estación presente. Como si ahora que es posible jugar con la propia vida, esa posibilidad misma la hubiera vuelto banal.
Al perder el fruto de la cosecha, moríamos, conocíamos el mismo destino que las plantas y el ganado que de ellas se alimentaba. Ahora, cuando una región sufre sequías o lluvias torrenciales, por olas de frío o de calor, son las plantas y los árboles los abandonados, junto con sus agricultores, y nosotros nos proveemos de alimentos procedentes de otros lugares si tenemos la suerte de vivir en un país lo bastante rico para poder permitírselo. Se nos olvida que, en otros tiempos, éramos tan frágiles como la fruta y la verdura.
Las estaciones eran un destino. Sólo era posible vivir al ritmo que ellas marcaban. En la actualidad, contemplamos su belleza y disfrutamos de las actividades deportivas que se asocian a sus condiciones naturales, como el esquí, el surf o el senderismo, porque somos menos vulnerables a sus caprichos.
Algo para ver
Rapa. Temporada 2
Esta semana, a razón de un capítulo por día, hemos seguido con Rapa, la serie de la que te hablé la semana pasada. No la hemos terminado, pero me quito el sombrero. En esta segunda temporada, los creadores de la serie, Pepe Coira y Fran Araujo, han trasladado la acción al arsenal de Ferrol y el director de fotografía ha sabido cómo sacarle partido a esta ciudad. La evolución de Tomás, el personaje que interpreta Javier Cámara, me parece de lo mejorcito que he visto en mucho tiempo (a nivel nacional e internacional) y su relación con la sargenta de la Guardia Civil, eso de la tensión sexual no resuelta, ha sido actualizada a los tiempos que nos han tocado vivir. Excelente. Los que solo ven series o leen libros para descubrir quién es el asesino, también deberían ver esta temporada. Aunque solo sea porque se mantiene la incógnita sobre el/la culpable hasta el último capítulo.
Y por las referencias literarias que contiene. Hay mucho metatexto, neno.
Una aclaración. Aunque hable maravillas del personaje de Tomás, y de la interpretación de Javier Cámara, no podría brillar él solo. El personaje de Maite, la sargenta de la Guardia Civil, interpretado por Mónica López es redondo, profundo y su transformación está muy bien integrada en el desarrollo de la investigación y de la relación con Tomás, profesor jubilado con ELA que investiga asesinatos por vacío existencial.
Para los ignorantes como yo, Mónica López lleva toda la vida dedicada a esto de la interpretación y ganó el Premio Mestre Mateo y el Premio Ondas por su trabajo en esta serie. No me extraña. Tiene una amplia trayectoria como actriz teatral. También participó en Hierro.
Y me guardo mi comentario sobre Tacho (el tercero en discordia, un personaje nuevo que ha aparecido en esta segunda temporada y tiene pinta de quedarse) para la semana que viene.
Un vídeo musical
Eso que tú me das
Para despedir el artefacto de hoy, una canción de Jarabe de palo con muy buenas vibraciones. La historia que hay detrás de este vídeo es muy emotiva. Practica el agradecimiento con todas las personas que interactúes, sea cual sea la naturaleza de esa interacción.