Tenía muchas ganas de leer a Krishnamurti. Elegí este libro en concreto, ¿Qué estás buscando?, porque la editorial lo promociona como “una escogida selección de textos […] un compendio de sus enseñanzas, a través de las cuales nos plantea el apasionante mundo del conocimiento propio”. Acerté. Aunque este formato, el de las mejores jugadas, no sea de mi agrado en general, es ideal para leerlo con un par de sobrinos jugando a tu alrededor. Mientras Alicia y Mario transformaban una caja de cartón —la que llenamos de fruta y verdura semanalmente— en un coche, el sillón, en una camilla y Alicia pedía cita en el médico, por teléfono, imitando a la perfección a su madre, yo leía las reflexiones de Krishnamurti sobre las relaciones de amistad, de pareja, entre padres e hijos, entre alumnos y profesores.
La libertad no es fruto de la disciplina. La libertad no es algo que el niño debe conseguir una vez que le hemos condicionado la mente o mientras se la condicionamos. Tendrá libertad sólo si nosotros somos conscientes de todas las influencias que condicionan nuestra mente y le ayudamos a estar igual de atento a las suyas, para que no se quede atrapado en ninguna de ellas. El problema es que la mayoría de los padres y profesores creen que el niño debería amoldarse a la sociedad. Piensan: ¿qué será de él si no se amolda? Casi todo el mundo asume que es imperativo y esencial conformarse, ¿no es cierto? Hemos aceptado la idea de que el niño se tiene que adaptar a la civilización, a la cultura, a la que vive. Lo damos por hecho. Y la educación va dirigida a ayudarle a amoldarse, a ajustarse a ella.
Pero ¿es necesario que el niño se amolde a la sociedad? Si el padre, la madre o el profesor sienten que lo imperativo y esencial es la libertad, y no el adaptarse sin más a lo que le rodea, entonces, mientras va haciéndose mayor, el niño estará atento a las influencias que condicionen su mente y no se amoldará a la sociedad actual, a su codicia, corrupción y violencia, a sus dogmas y su autoritarismo. Esas personas crearán una sociedad totalmente distinta.
Soñamos con que un día se hará realidad la utopía. En teoría suena bien, pero esa sociedad ideal no llega, y me temo que el educador, así como los padres, necesitan educarse para poder educar de verdad. Si sólo nos importa condicionar al niño para que se adapte a una determinada cultura o sistema social, perpetuaremos el actual estado de interminable lucha con nosotros mismos y con los demás, y seguiremos sufriendo y lamentándonos.
Krishnamurti tiene para todos. Porque lo cuestiona todo. Su discurso es ágil, sencillo, accesible. Igual que su mensaje: la única revolución válida es la psicológica y tiene que producirse en el interior de cada uno. Sin esta premisa, cualquier cambio en el orden establecido está condenado a repetir los mismos errores. Leerlo es como escuchar a un amigo, un amigo inteligente, que expone sus pensamientos sin autoridad, en base a su experiencia sobre el amor, el sexo, la amistad, la sociedad, el gobierno, la ley, la cultura, la naturaleza… haciendo especial hincapié en las relaciones, empezando por la que tenemos con nosotros mismos. Un libro muy interesante que me ha dejado con ganas de más.
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