Felixa triunfa en los artefactos. Sus consejos de la semana pasada se han colocado en el top del 2023. Conviene aclarar, como te escribió Eva, que hay gatos callejeros y gatos en la calle. Felixa pertenecía al segundo grupo. Al de los abandonados. Por eso necesitaba refugio. Y se lo vamos a dar. Vamos a intentar darle un hogar, pero seguimos pensando que lo mejor para ella, aunque sea famosa, es que no entre en casa. Eso significa que estará menos cómoda, pero tendrá más libertad. Una ecuación interesante. ¿Cuántas veces, por comodidad o costumbre, actuamos sin cuestionarnos si esa es la mejor elección a largo plazo? La última vez que hemos hablado de esto, el viernes, cuando nos compramos nuestras primeras zapatillas minimalistas (barefoot en inglés). Las mías ya han llegado y son mucho más bonitas de lo que esperaba. Las utilicé para ir a dar clase a Málaga y a Torremolinos. 25.000 pasos. Ninguna molestia.
Cuando bajé para contárselo a Felixa (lo de su popularidad en los artefactos, no lo de las zapatillas), se mostró ecuánime, casi diría indiferente. Le aclaré también que las condiciones seguían siendo las mismas: nada de sofá ni de sillón de leer. Podía seguir atravesándose la casa de lado a lado, pero si la encontrábamos en la planta superior, tendría que atenerse a las consecuencias. Me miró muy seria y en dos maullidos me preguntó:
—¿Te he contado alguna vez el invierno que pasé con los erizos?
—No —le respondí—. Me acordaría.
Y empezó a hacerme el cuento de que no hará mucho tiempo, un invierno muy muy frío, un amigo erizo le propuso que pasara las Navidades en la cabaña que su familia tenía en la montaña. Allí estarían su padre, su madre, sus abuelos y los hermanos del erizo. Hasta sus tíos y sus primos. Incluso algunos amigos erizo de los que ya le había hablado. Felixa, que como todos los gatos es muy curiosa, aceptó. Ella nunca había convivido con unos erizos y aquello era una oportunidad única para conocer su día a día.
Por lo que me contó Felixa lo pasaron genial, pero hacía tanto frío que a los erizos no les quedó más remedio que juntarse. Temblando, casi congelados, se arrimaban unos a otros y enseguida sus cuerpos empezaban a entrar en calor así que se juntaban un poco más, hasta que las púas de uno se le clavaban al otro y las del otro, al uno. Los erizos estuvieron así hasta que el dolor se les hizo insoportable y tuvieron que separarse. Y volvió el frío. Un frío también insoportable, asegura Felixa. Los dientes de los erizos castañeteaban, las puntas de sus dedos estaban a punto de congelarse cuando decidieron volver a probar. Con el mismo resultado: se clavaban las púas unos a otros. Y volvían a separarse. Y otra vez el frío.
Tenían que elegir: o se juntaban unos a otros, hiriéndose con sus pinchos, o morían de frío. ¿No había otra solución?
Estuvieron así bastante tiempo, Felixa no recuerda cuanto, hasta que de tanto juntarse y separarse los erizos encontraron una distancia donde los pinchos no se les clavaban y podían sentir el calor del cuerpo del otro erizo. Lo habían conseguido. Al final, los erizos consiguieron entrar en calor. No estaban tan calentitos como si estuvieran unos estrujados contra otros, pero no morirían de frío y tampoco sentían dolor.
Felixa dejó de maullar como si todo estuviera dicho.
—¿Y? —pregunté—. No veo la relación con lo que acabo de contarte.
—¿En serio? —me preguntó Felixa.
La miré sin entender. Felixa resopló y puso los ojos en blanco.
—Los seres humanos habéis inventado muchas formas de entrar en calor. Desde el fuego hasta los abrigos. Pero esta historia no va de calefacciones sino de relaciones.
Felixa todavía tardó unos instantes en añadir:
—El problema que plantea el dilema de los erizos no tiene solución o, mejor dicho, es una solución, como la distancia, que cada uno de vosotros debe encontrar y adaptar a sus circunstancias. Por eso, además, cambia a lo largo de la vida. Si yo hubiese aparecido cuando todavía estaba Telma, nada de esto sería posible.
Tenía razón.
—¿Llegaste a conocer a Telma? —pregunté sorprendido.
—Alguna vez pasé por este patio y la vi arrebujada en el sillón. Pasasteis muchos momentos felices. Aunque, al final, tuviste que tomar la decisión que tuviste que tomar. Y eso te dolió, ¿a que sí?
Me emocioné al recordar a Telma. Felixa sonrió.
—Las relaciones son necesarias. Pueden ser más o menos difíciles, pero nadie puede desarrollarse en soledad. Necesitamos de otros. Y toda relación, por muy agradable que resulte, tiene una parte positiva y otra negativa. Siempre.
Todavía me quedaba una duda:
—¿Lo de los erizos te pasó de verdad?
—Bueno, conozco algún erizo, pero no somos precisamente amigos. “El dilema del erizo” aparece en Parerga y paralipómena de Arthur Schopenhauer.