El regalo de Jon
Otro de los momentos de generosidad que he vivido recientemente me ha llevado a probar la acupuntura.
Una mañana me desperté con el cuello bloqueado. No podía moverlo sin dolor. Ni siquiera levantarme de la cama. Lau ya se había ido a trabajar y yo, ese día, había decidido dormir un poco más. Para recuperarme del gimnasio del día anterior. Allí debió ser donde hice el bruto. Practicando para hacer dominadas. Casi seguro de que fue así. Tenía el cuello rígido como una farola. Conseguí llegar al baño y meterme en la ducha. Con agua muy caliente recuperé parte de la movilidad, el lado derecho, aunque me seguía doliendo. Así que escribí a Jon, un masajista que ya me ha rescatado alguna vez.
Cómo llegué a Jon también tiene su casualidad.
Ya lo he contado aquí. Fue por culpa de Emma, una gallega que me recomendó que probase el masaje tailandés y yo, que soy muy bien mandado para esto de probar cosas nuevas, busqué alguien cerca de casa que hiciera este tipo de masaje. Así fue como conocí a Jon, que nació en Bilbao y ahora trabaja en Torre del Mar. Un tipo noble que siempre me ha arreglado, porque soy de esos que esperan a estar roto para ir al masajista. Error. Pero esta vez Jon no iba a poder. Estaba de vacaciones, me contestó. Y yo me sentí fatal por incordiarle en sus vacaciones, pero agradecido porque me había contestado en la misma mañana. Y el cuello me seguía doliendo. Mucho. Y no podía moverlo. Así que le pregunté por una alternativa. Y Jon, que es generoso, me recomendó a la acupuntora que lo trata a él. A la competencia. Pocos profesionales harían algo así. Agradecido, todavía más, escribí en ese mismo momento a Lole para pedirle una cita. Tenía hueco esa misma tarde.
La consulta de Lole está también en el centro de Torre del Mar, a escasos cien metros de la herboristería donde solemos comprar. Llegué cinco minutos antes de mi hora y Lole me hizo pasar a la sala de espera. En la pared había unos grabados de origen chino, en la mesa, al lado del sillón, varios flyers publicitarios. Así fue como supe que Lole practica la medicina china, que considera que la salud depende del flujo equilibrado de la energía vital y que la acupuntura, una de las ramas principales de la medicina china, lo que pretende es reequilibrar este flujo insertando agujas en puntos específicos en los canales por los que circula esta energía. Los llaman meridianos.
Lole no es acupuntora. Es médica china, pensé. Lo que confirmé después, cuando pasé a la consulta, donde además de este título tenía colgado el de médica por una universidad española. Se me amontonaban las preguntas. Pero todavía no era el momento de hacerlas. Era su turno. Casi una hora me estuvo preguntando sobre diferentes aspectos de mi salud. A todos los niveles. Hasta fallé alguna respuesta. ¿Alergias? Nada, ninguna, respondí pensando en medicamentos y tratamientos varios. Tres preguntas después, me di cuenta del error.
—Sí, al olivo y las gramíneas. A finales de mayo suelo pasarlo mal.
Lole apuntaba todo lo que yo decía y yo me moría por ver la ficha, sus apartados. Había intuido una especie de diagrama. ¿Para qué serviría? Al lado de su escritorio había una vitrina con sus utensilios, la camilla pegada a la pared que estaba frente a mí, yo sentado en un sillón intentando hacer memoria de si Víctor me había arreglado el estómago uno o dos años antes.
—SIBO, sí, eso me diagnosticó.
No me atreví a preguntarle que pensaba de los nutricionistas, de que ahora todos tuviéramos SIBO y de que en la Seguridad Social sigan sin tratarla.
—Bien, quítate la camiseta y siéntate en la camilla.
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