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El extranjero

Relato por entregas. 2 de 2

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Pedro Ramos
ene 06, 2023
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—¿Del barrio? —se sorprendió ella— Hace mucho que no vienes, ¿no? Todo sigue igual. O peor. ¿Un sitio nuevo?, ¿tú te crees que esto es Nothing Hill?

El desprecio se filtraba en sus palabras. Un desprecio hacia el barrio y hacia él que, de alguna manera, había acabado en la misma categoría.

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—Locales vacíos, los mismos bares de siempre y las mismas caras.

—Pero sigues viviendo allí —lo dijo sin maldad. Era un hecho.

—No todos podemos vivir donde nos dé la gana.

—¿Me lo explicas tomando una cerveza? —dijo Pablo—. En el barrio o en Atocha, donde quieras. ¿Sigue abierto El brillante?

—¿Pero de qué planeta vienes? —y de repente sí que estaba molesta, molesta con él, con el paso del tiempo, con la evolución de la especie humana y el devenir. La edad es algo en lo que no pensamos hasta que nos descubrimos en el espejo de los otros. Un niño que nos llama señora, alguien que nos trata de usted. El reencuentro con el primer amor. Y todo lo que se suponía que íbamos a ser —. Hace un millón de años que no entro ahí.

—Pues no sé, un VIPS o un Rodilla, lo que tú prefieras.

—¿Una franquicia? —dijo ella con una mueca de desprecio.

Pablo pensó que no le importaba lo más mínimo. Sólo quería tomar una cerveza. A ser posible que le pusieran una tapa, comer algo. Llevaba desde la mañana sin probar bocado.

—Dónde tú digas. Me rindo.

—En esta zona no hay nada. Yo suelo bajar caminando hasta Atocha para hacer algo de ejercicio y allí cojo el 24.

—Es un buen paseo —dijo él—. Y bonito, quiero decir.

Bajaron por la Castellana hasta el Museo de Ciencias Naturales. Pasaron por el escaparate de varias cafeterías y la puerta de algún hotel que, seguro, también tendría restaurante, pero Pablo no dijo nada. A la altura de Ruben Darío había un Centro Comercial camuflado tras una fachada de arquitectura neomudéjar. Por un instante, Pablo creyó que se dirigían allí. Se hubiese conformado con cualquiera de esos locales de cartón pluma que aparentaban elegancia y originalidad a un precio desorbitado. Continuaron por la vía de servicio hasta Colón y Pablo llegó a oler, incluso saborear, las hamburguesas del Hard Rock café. Ahora, con insistencia, empezaba a sentir hambre.

Allí a la vuelta había varias cafeterías pequeñas, sugirió. El solía tomar algo a la salida de lo que antes era el Teatro de La Villa, ahora Fernán Gómez. A Alejandra tampoco le pareció buena idea. Ni siquiera le hizo gracia la imitación que hizo Pablo del actor.

—¿No viste esa película? No me digas que no la recuerdas.

Pablo era un poco payaso, siempre lo había sido. Ese tipo de payaso sensible que llora delante del público. Alejandra le aseguró que no veía la televisión.

—No, si yo tampoco —dijo él.

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