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El Bronx ya no es lo que era

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Pedro Ramos
nov 14, 2025
∙ De pago

Esta semana, además de continuar a trompicones con la novela de surfistas y pescadores, ha tocado revisión final del primer capítulo del que será mi tercer relato por entregas para Fiction Express. Después de “Ada Amor” y “Donde bailan las ballenas” llega “Una historia sin filtros” o, como me gusta llamarla, Cyrano de Bergerac revisitado. Este primer capítulo se publicará después de Reyes en la plataforma de Fiction Express y ya veremos por dónde quieren los lectores que vaya la historia. Esta es la parte más divertida de escribir estos relatos por entregas: son ellos quienes deciden. Sin trampa ni cartón. De hecho, creo que nos hemos arriesgado demasiado con las opciones del primer capítulo. Pero ya está hecho. En enero, te lo cuento.

Lo que te quería contar hoy es otra cosa.

Uno de los cambios que me proponía Susana Otin, la editora de Fiction Express, era cambiar el siguiente diálogo:

—Mejor, porque esa piba tiene mi nombre tatuado.
—Si le hablas así no tienes nada que hacer.
De nuevo, he conseguido captar su atención.
—¿Es muy fina? —dice.
—Hombre, no, pero tampoco esto es el Bronx.
—¿Qué es el Bronx?
Miro a Pablo desconcertado.
—Te estoy vacilando.

Supongo que la mayoría de las personas que están leyendo este texto sabe lo que es el Bronx. El Bronx, ese barrio casi tan chungo como Entrevías, donde creció toda la chusma de Nueva York. Precisamente lo que yo pretendía mostrar con este diálogo era la brecha entre el protagonista, Ramiro, y Pablo. Entre un adolescente culto y otro que cosifica a las mujeres. Pues bien, Susana Otin me advertía que, a lo mejor, los adolescentes de hoy en día, los lectores de “Una historia sin filtros”, no iban a pillar la referencia. Eso del Bronx… ¿Cómo no van a saber los adolescentes, el grupo de adolescentes al que yo quiero representar con Ramiro, lo que es el Bronx?, pensé leyendo su correo electrónico. ¿En qué planeta vivimos? Y anoté en mi cuaderno azul “BRONX”, en letras mayúsculas y subrayado, para que el martes no se me olvidara preguntarlo en el taller de escritura juvenil que coordino en la Biblioteca Canovas del Castillo.

Martes. Por la tarde. De los seis adolescentes que vinieron ese día, cuatro chicas y dos chicos, ninguno sabía lo que era el Bronx. Ninguno. Peor todavía: a mi pregunta de qué barrio utilizarían para sustituir el Bronx, ninguno fue capaz de darme una referencia que sirviera para un lector que no conozca la idiosincrasia malagueña. Ni siquiera las Tres mil viviendas de Sevilla. Estuve llorando, en mi interior, el resto de la clase. Frustrado. No porque no tuviera razón, eso es lo que menos me importa, se cambia el dialogo y punto. Como le reconocí a Susana Otin: tiene que apuntarse un triple. Si ya se había ganado mi respeto, vaya ahora mi admiración. Editoras así (y hablo en femenino porque las tres personas con las que he trabajado hasta ahora a este nivel son mujeres) son lo mejor que le puede suceder a un autor. La frustración, decía, viene porque lo sucedido constata que, a pesar de internet, el mundo se está haciendo cada vez más pequeño, más autoreferencial. Las redes sociales están diseñadas para darnos más de lo mismo, sea lo que sea lo mismo. Y las personas que las usan (independientemente de su edad y otros daños colaterales) lo único que consiguen es alimentar sus gustos y preferencias, no expandirlos. Lo que conduce a la ignorancia y después a la radicalización. Por supuesto esto no es solo culpa de las redes sociales. Pero es un círculo vicioso en el que se han metido, a ojo de buen cubero, tres de cada cuatro personas con las que viajo en el tren de Cercanías. De esto va, entre otras cosas, “Una historia sin filtros” que enlaza así con “Ada Amor” y “Donde bailan las ballenas”, historias donde las mal llamadas “redes sociales” tienen también un papel muy importante. No me había dado cuenta hasta ahora. ¿Será culpa de la editora?

Otro trocito de vida memorable de esta semana: El coleccionista de besos ha alcanzado la octava edición. A esta novela le tengo un especial cariño por tres cosas: está escrita desde el punto de vista de un chico con autismo, el clímax sucede la Noche de San Juan en A Coruña y la terminé de corregir, literalmente, entre cajas.

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