Aprovecho que no tengo encuentros en institutos, que el curso entra en su tramo final, para focalizar en la escritura. He aparcado la novela de Felixa, literalmente, la he metido en el cajón y, mientras tanto, he retomado otra, la fácil: un proyecto con el que llevo veinte años a cuestas, literalmente.
Poca gente lo sabe: hace veinte años codirigí un documental. Intranscendente. Y preparé un dossier para buscar la financiación para otro, que nunca llegó a hacerse. No conseguí convencer a ninguna productora, pero esa historia ha seguido conmigo todo este tiempo. Tengo que contarla. Creo que, por fin, he encontrado la forma. Si sigo así, será lo más bello que haya escrito.
Focalizar en la escritura tiene efectos secundarios. Cuanto más tiempo paso en Matrix, allí es donde me voy cuando escribo, menos presente estoy a este otro lado. No sé si siempre fue así o ahora soy más consciente de ello, pero reconozco que pasamos menos tiempo juntos y, en general, es de peor calidad.
Intento estar presente, disfrutar de la comida juntos, escuchar lo que me cuentas de tu trabajo, pero mi mente se escapa a esa página que dejé a medias, mi corazón desea volver a caer entre sus lineas. La realidad es un paréntesis entre dos novelas.
Resulta paradójico: tengo más tiempo, menos obligaciones, pero esta fase de la escritura me resulta tan absorbente (no he encontrado otra forma de hacerlo) que te descuido a ti, a los amigos y hasta hablo menos por teléfono con mi madre. Con mis hermanos. Algo que antes conseguía hacer con regularidad, ahora me cuesta un mundo. También he bajado el ritmo en cuanto a la meditación, pero no respecto al ejercicio físico. Sigo con mi yoga, corriendo, nadando y ahora, lo he conseguido, el entrenamiento de fuerza. La teoría actual dice que a los cincuenta, lo que no puede pasar, es que pierdas masa muscular. Veremos si es cierto.
¿Por qué sigo con el ejercicio? La explicación es muy sencilla: mientras hago yoga, corro, nado o entreno, mi mente está obligada a permanecer con mi cuerpo. Centrarme en la respiración, sentado, me resulta imposible más allá de unos minutos, pero hacerlo mientras estoy en caminando a buen paso o le exijo a mi corazón que tiene que latir a ciento treinta pulsaciones por minuto o realizar la siguiente postura de yoga resulta lo suficientemente exigente como para que mi cuerpo y mi cerebro confluyan en el espacio y el tiempo. Y eso, te lo digo yo y te lo dice la ciencia, tiene grandes beneficios para la salud física y mental. De hecho, es la mejor manera de abandonar Matrix. De desconectarme de lo que esté escribiendo. Entonces sí, después de mi dosis de ejercicio, puedo estar presente. Contigo.
No sé si esto era así antes, repito, pero te aseguro que no era consciente de ello. Aprovecho para pedirte perdón y, como penitencia, te escribo cuatro trocitos de vida que han sucedido estas semanas. Tres de ellos los reconocerás y espero que te arranquen una sonrisa. El cuarto no te lo he contado, precisamente, porque quería hacerte el cuento.
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