Mis padres alcanzan la puerta y el director de cine se sienta a mi lado. Mi hermano permanece de pie, a un par de metros de nosotros, como si estudiase reformar el jardín de la clínica. Una flor cae del jazmín que tenemos enfrente. Traza un círculo sobre el pavimento y se une a la mancha blanca, de flores, que rodea el banco y se extiende más allá de nuestros pies. El director de cine comenta lo mucho que admira mi trabajo. Yo sólo he visto sus películas más antiguas y no me gustaron. Le hace gracia mi sinceridad.
—¿No crees que deberías dejar sitio a los más jóvenes? —le pregunto.
Y suelta una carcajada que hace volverse a mi hermano. Me parece ver que echa humo por la boca, ¿está fumando? Está totalmente prohibido. El director de cine me explica su nuevo proyecto mientras yo observo una abeja agonizante. Me cuenta que él también pinta, pero que, claro, no tiene tiempo. Quizá cuando se retire y deje sitio a los más jóvenes, bromea. Pero yo sé que nunca se va a retirar, que seguirá haciendo una película al año, más o menos, que seguirá llamando a sus amigos del Ministerio, a sus amigos de los periódicos, a sus amigos de los Festivales, a sus amigos de las salas de cine y que todos estarán más que encantados de que haya vuelto a hacer una película mucho antes de haberla visto. Acompaña toda la exposición del revoloteo continuo de sus blancas y regordetas manos, intercala palabras cariñosas para mantener mi atención.
—Claro que, estamos hablando de una banda sonora, no puede ser nada demasiado ruidoso y caótico. Me entiendes, ¿verdad?
No me siento ofendido. La abeja da pequeños saltos e intenta levantar el vuelo sin conseguirlo. Corretea por las baldosas entre las flores de jazmín. Cae bocabajo y lucha por darse la vuelta. Hasta que deja de moverse.
—¿Crees que sería posible?
El director de cine ha terminado y espera mi respuesta. Sus manos aterrizan. Parecen suaves, pero no me gustaría que me tocasen.
—¿Entonces? —añade.
Digo que sí, que me encantaría. Mi hermano tira el cigarro y lo pisa, se remueve en su sitio. Lo ha escuchado todo y lucha consigo mismo por no darse la vuelta e intervenir. Tiene que esperar a que yo le llame, le dé la señal.
—Genial —dice el director de cine.
—Mi hermana va a tener un hijo, ¿lo sabías?
—No, enhorabuena.
—Bueno, no sé —esta es la parte difícil—. Ellos quieren tener un niño y no una niña, pero han tenido ya dos abortos.
—Ay, qué lástima.
—Eso mismo pienso yo. ¿Tú podrías ayudarles?
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