Casper acaba de zamparse una de mis fichas, de las amarillas, y se cuenta veinte. Le odio. Odio su sonrisa translúcida y sus ojos saltones. Odio su forma de jactarse. No quiero jugar más. Me levanto y salgo al pasillo, al jardín. Hace un día azul. Aquí todos los días son azules. Nunca llueve y se escucha el sonido de los coches que pasan a toda velocidad por la carretera. Si cruzas la carretera está el paseo marítimo y luego la arena y luego el mar. Estoy muy cerca de casa. Y por eso mis padres y mi hermano y mi hermana vienen todos los domingos a verme. Y yo tengo muchas ganas de que llegue el domingo y hablar con ellos. Mantener una conversación mínimamente inteligente. Hablar con el doctor Plutón no cuenta. Él siempre está buscando síntomas. Me evalúa. Su objetivo es que me recupere, pero su beneficio pasa porque siga aquí ingresado. Hablamos sobre mi pasado, sobre lo que me preocupa.
—Me gustaría que volviéramos a hablar de aquel día —dice.
Yo le miro sin atender, con una cortina de indiferencia entre nosotros. El doctor Plutón debe estar a punto de jubilarse, tiene el pelo blanco y una pulsera de oro. La pared está llena de diplomas y menciones, hay una fotografía con el antiguo rey donde los dos sonríen.
—El día de la firma con la discográfica.
—El día de la no firma —sonrío.
El doctor Plutón también sabe sonreír, pero no suele hacerlo. Anota en su ordenador algunas partes de lo que le cuento. Otra vez. Le explico mi teoría, no tengo pruebas, pero estoy convencido de lo que le digo, por muy descabellado que parezca. Él asiente. Era un edificio de oficinas, había muchas mesas y muchos contratos y no vi ningún micrófono ni ningún instrumento, sólo tipos con traje y corbata y abogados. Yo iba con mi hermano porque ya había despedido a mi padre. Desde que mi hermano es mi representante, lo hace bastante bien. Se esfuerza y para mí eso es bastante más de lo que hace la mayoría de la gente. No ha conseguido todo lo que le pido, pero bueno, yo tampoco soy John Lenon y no suelo conseguir todo lo que me propongo. Imagino que le pasa a todo el mundo. Queremos unas cosas y la vida nos da otras y nos conformamos o seguimos peleando por conseguir lo que creemos que nos hará felices y, si lo conseguimos, pues queremos lo siguiente. Yo quiero hacer una canción y esa canción es lo más importante en el mundo. Lo único que existe hasta que llegan los hombres lobo o los vampiros y no puedo seguir escribiendo. Pocas veces es la canción que yo había pensado que sería. Pero es una canción. Y al día siguiente, o al otro, ya estoy pensando en otra.
—Podríamos centrarnos —dice el doctor.
No es fácil, pienso. Y a lo mejor la culpa es de la medicación. En casa pienso mucho mejor y no tengo porque hablar con nadie. Lo cual es un alivio.
—Me gustaría repasar algunas notas sobre aquel día —vuelve a decir—. Tu familia no había advertido ningún indicio de una nueva crisis.
Me remuevo en el sillón. Llevo la cabeza de un lado a otro y oigo crujir mi cuello. Mi hermana vuelve a estar embarazada, recuerdo, pero no sé si es real o lo he soñado.
—¿Esta mi hermana embarazada?
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