Hoy es un día tranquilo aquí en la clínica. No han venido los vampiros y Casper juega conmigo al parchís. Yo he elegido amarillo y verde. La tele de mi habitación está encendida, esa es una de las condiciones que pusieron mis hermanos para que yo me quedara aquí, la tele tenía que estar encendida las veinticuatro horas del día. Por si recibía algún mensaje. Mis programas favoritos son los debates electorales, las sesiones de control y los plenos del Congreso de los Diputados. A veces he añadido frases completas de los políticos a mis canciones. Así llegarán a más gente. Estoy convencido de que sólo los locos escuchamos a los políticos. Todo el mundo está demasiado convencido de sus ideales. Y sólo los locos cambiamos de opinión. No tengo pudor en usar esta palabra conmigo mismo. Loco. Los locos…, digo a menudo para ilustrar alguna de mis reflexiones. Mis canciones son producto de estos destellos, historias donde muestro mi visión de la realidad, con una diminuta base melódica, cuando la encuentro, si no me limito a aporrear la guitarra para hacer algo de ruido que acompañe mi voz. Antes podía cantar más alto.
Empecé cantando para mi familia. Alguna poesía de las que me habían enseñado en el colegio y yo memorizaba para luego trocarlas en un chiste, algo que todos podían entender y reír. Entonces, todavía, no sabía tocar el piano. Porque ese fue un regalo que me hicieron más tarde, por mi comunión. Un piano pequeño al que enseguida le saque todos los sonidos y tuvieron que ir a por otro. Un Casio. Lo compraron mis padres y fue mi regalo de cumpleaños. Lo celebré estrenando para ellos una canción a base de pareados y una base de piano como las que se escuchaban en los pueblos, cuando las cabras bailaban itinerantes.
Yo sólo quería ser famoso. Empecé a tocar el piano con doce años. Grababa mis primeras cintas TDK en un radiocasete de doble pletina y las regalaba a quien quisiera aceptarlas. La carátula era un cómic que yo mismo había dibujado, todas distintas y originales. A un tipo que tenía una radio universitaria le hizo gracia y la puso. Luego un concurso de talentos, de esos de la tele, me seleccionó para las finales de la provincia. Gané. Mi padre dejó su trabajo en la fábrica y se convirtió en mi representante. Su chico era ahora un cantante tímido, bastante mediocre, pero pegadizo. La crítica dijo que era una propuesta fresca, desinhibida, innovadora. Al público le hicieron gracia mis letras por fuerza de sencillas, predecibles, tan fáciles de cantar que hasta yo podía hacerlo. Nadie sabía la cantidad de verdad que contenían.
De gira, era más fácil hacer las cosas que el médico me había prohibido. Era mi forma de no volverme loco. Más loco. Los médicos dijeron que la música sólo podía aliviarme. Los médicos, todos los que visitamos, me dieron el mismo diagnóstico. Un caso perdido. Una pena. Me dijeron que era bipolar y esquizofrénico. Cuando peor estaba no podía componer, me encerraba en mi cuarto y dormía y dibujaba. Dibujaba vampiros, demonios, hombres lobo y al Capitán América. El Capitán América y Casper, el fantasma, son mis únicos amigos.
Esta mañana tengo buena suerte con los dados. Nada más perder una ficha, vuelvo a sacar un cinco y vuelvo a ponerla en circulación. A Casper no le importa que detenga la partida para anotar una idea en mi cuaderno. Es una señal de que los médicos creen que estoy mejorando: me dejan tener un lápiz y un cuaderno, aunque todos los días lo revisan. Yo creo que es para contarles a mi familia lo que escribo. No me importa. Ellos dicen que me conocen mejor que yo mismo. Son los más interesados en que, entre las próximas veintidós canciones, una brille por encima de las anteriores. Entonces, supongo, me sacarán de aquí.
Vienen a verme los domingos. Todos. Mis padres, mi hermano y mi hermana. Están muy guapos, recién duchados y con ropas nuevas que pagan con mi dinero. Aunque mis padres ya tenían dinero y una casa, soy yo quien paga las facturas ahora. Antes de mudarme aquí, vivía en la pequeña casa de invitados que había en el terreno propiedad de mis padres, donde ellos también tienen su casa, mucho más grande, y donde siguen viviendo con ellos mi hermano Jorge y mi hermana Luisa. Y ahora también su marido. Todos somos mayores de edad y todos seguimos viviendo en casa de mis padres, bueno, yo en la casa de invitados. Tengo ganas de salir de aquí y volver a dar conciertos. Pero hasta la semana pasada no han dejado de venir los vampiros. Ahora que ya llevan un tiempo sin venir, quizá me pueda ir con ellos, este domingo.
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