Un trocito de vida
Aquella tarde de sábado
Es esa hora de la tarde, otoño. El sol vuela cada vez más bajo y se cuela por debajo del toldo. Dorado. Llevo un rato despierto, he puesto los pies sobre el respaldo de la chaiselongue y leo. Vicente Valero, El tiempo de los lirios. Lau sigue dormida. Durmiendo. Le falta sueño. Estamos cogidos de la mano, solo la suelto para pasar página. Vuelvo a unir nuestros dedos. Es sábado. Ninguna prisa. Solo dejar que llegue el momento de hacer la cena, ver una película, acostarnos. Ahora Lau tiene los ojos abiertos. No dice nada, solo sonríe. Leo. Mientras ella va despertando. Parece en paz.
—No hay mucho más —digo.
Mi mano izquierda sigue enredada con la suya, ese tacto de su piel al que hace tanto me he acostumbrado. Me pregunta qué he dicho. No hay mucho más, repito, ya sin la magia de la primera vez.
Diario de lecturas
El tiempo de los lirios de Vicente Valero
Miguel me prestó Duelo de alfiles y yo cometí el error de devolvérselo. No tenía que haberlo hecho. Este es uno de esos libros que merece la pena tener. Incluso si hay que robar para conseguirlo. Filosofías a parte, desde entonces, leo todo lo que Valero publica y, aunque ninguno de sus libros posteriores me haya impresionado tanto, todos merecen quedarse en mi estantería, donde, por otra parte, cada vez se quedan menos libros. ¿Por qué? Porque Valero conjuga, en todos los que he leído, con mayor o menor éxito, inteligencia y belleza. Sus libros son una fuente inagotable de conocimiento a la que el autor te invita de la mejor de las maneras posibles: con naturalidad. Sin distancia, con una precisión quirúrgica en el lenguaje y en la estructura. Hay otros autores que saben mucho menos y se dedican a restregarte ese conocimiento. Pero no voy a perder el tiempo hablando de otros. Gracias a Valero, a su El tiempo de los lirios, he viajado por la Umbría (Italia), he disfrutado de sus paisajes, su arquitectura y de los cuadros que allí, escondidos, esperan a los viajeros intrépidos (que no turistas), he aprendido un poquito más sobre uno de esos personajes que me fascinaron en la adolescencia y al que todavía no he podido llegar: Francisco de Asís. Y todo porque Valero estuvo quince días por allá. Cómo le envidio. No porque haya estado de viaje por la Umbría, no, le envidio porque ha sido capaz de contarlo y, con esa excusa, ha creado un libro en el que pone al alcance de cualquiera que quiera leerle la influencia que tuvo aquel joven que renunció a su riqueza para practicar la pobreza voluntaria en la obra de Goethe, Montaigne, lord Byron, Hermann Hesse, Simone Weil, Chesterton, Saramago, Frank Liszt y Pasolini por citar solo a los autores más reconocidos.
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