Septiembre. Fin de las vacaciones. Cada día amanece un minuto más tarde. Anochece, un minuto antes. Dos minutos menos de luz solar diarios.
Las visualizaciones de “Ciudad vampira” han sido la mitad de lo que suelen ser. Tú misma no lo has leído todavía. Te digo que esperes, que voy a poner todos los enlaces juntos. Aquí los tienes.
Ciudad vampira
Puedo escribir las frases más tristes esta noche: nuestra hipoteca ha subido más de un 50% a pesar de que el director de la sucursal donde la tenemos contratada dijo que eso era improbable. Recuerdo su sonrisa cínica y la llamada de su segunda de abordo ante mi insistencia para contratar una hipoteca fija. Ya no las comercializan.
Pienso en enviarle, como agradecimiento, el enlace a un cuento de Jorge Bucay en Youtube. Recomendarle la primera película/serie que hemos visto en estos casi dos meses: El concursante de Rodrigo Cortés.
No debemos olvidar que los bancos, hipóstasis del capitalismo, están formados por personas y que son las personas, no el capitalismo, las responsables de sus actos. Buenos y malos. Son las personas quienes acatan y ejecutan. Y lo harían igual en otro sistema económico si sus valores siguen siendo los mismos. Lease el director de un banco, un funcionario o mi frutero (al que todavía no he ido a visitar).
Hace seis semanas que no te escribo y me siento raro frente a la pantalla. Borro y vuelvo a teclear, tecleo y vuelvo a borrar. No es fácil ordenar las ideas. Estoy desentrenado. No es lo mismo pensar que elaborar un mensaje para transmitir ese pensamiento. Además, si lo quieres hacer bien, requiere un andamiaje excesivo y eso significa tiempo (que le tienes que robar a otras actividades) y ganas (para conseguir que las palabras acaben encajando).
¿Tengo cosas mejores que hacer?
Durante las vacaciones he meditado (bastante), he hecho un curso online, leído El rumor y los insectos de Ignacio Ferrando, Una mujer furiosa de Antonio Fontana y Condenados a entendernos de Arun Mansukhani. Hemos visitado familiares y amigos, ciudades y pueblos (intercambiables), bajado a una mina a treinta y tres metros de profundidad (nunca había estado en una mina, ni a treinta y tres metros de profundidad, es decir, como en un onceavo piso pero hacia abajo), hemos caminado por sendas y bosques, entre árboles centenarios, sin humanos en varios kilómetros a la redonda.
He nadado en mi primera piscina olímpica. Fue en Oviedo.
Durante las vacaciones no he escrito una sola palabra. No he hecho ningún día entrenamiento de fuerza y solo he hecho el saludo al sol algunos días contados. Pereza, vergüenza y la excusa de que estábamos de vacaciones. Error. Asociamos el ejercicio físico con el trabajo, la rutina, otra de esas tareas que tenemos que cumplir. Sin embargo, salir a caminar a buen paso, hacer una hora de yoga o pilates, unas flexiones o sentadillas debería ser como comer, asearnos o dormir. Por nuestra salud. Física y mental. Tú y yo lo sabemos, es más, estamos convencidos de ello. Y aún así nos cuesta ponerlo en práctica.
Aunque nuestros familiares y amigos crean que no.
O que somos unos enfermos.
Vigorexia sería la palabra.
¿Cómo persuadir a alguien de que empiece a hacer ejercicio? Imposible. Sería como intentar convencer a un fumador de que deje de fumar. Si una persona no está convencida, nunca iniciará el proceso de cambio. El fumador no cree que tenga un problema. Hasta que un día el médico le dice que lo tiene.
Recuerdo la última vez que besé un cenicero. Se llamaba Raquel. Era pelirroja y celosa, aunque eso no le impidió serme infiel. He recordado perfectamente su sabor: como meterte un puñado de ceniza en la boca. Tenía los labios finos y la piel pecosa. Todo su cuerpo olía a nicotina. No digo su sudor, su cuerpo.
¿Cómo sería yo de haber continuado aquella relación?
Sé que cuando leas esto, arrugarás el morro como hacía Telma. Lo siento. Quizá te alivie saber que no se daban ninguna de las claves que, según Thich Nhat Hanh, son necesarias para una relación duradera: la atención plena, la escucha profunda y el discurso amoroso.
¿Y nosotros?
Receta de pesto improvisado (para dos personas que se aman)
. Ponemos un diente de ajo, el mismo que usamos para la tostada del desayuno, en el vaso de la batidora.
. Añadimos un buen chorro de aceite, un pizca de sal, dos puñados de avellanas (u otro fruto seco que tengamos a mano), queso al gusto y diecisiete hojas de albahaca.
. Batimos hasta conseguir una pasta homogénea.
. Agregamos agua (lo ideal sería caldo de verduras) hasta conseguir la textura deseada. A nosotros nos gusta que quede como un paté.
. Untamos sobre una tostada de pan de masa madre (o integral).
. El pesto que sobre lo podemos guardar en un táper en la nevera. Aguanta varios días.
. Imprescindible: después de masticar y tragar el primer bocado, besar a la pareja.
Cuando el médico le dice a un fumador que tiene cáncer de pulmón, el fumador suele dejar de fumar. Normalmente es demasiado tarde. La calidad de vida y su duración han sufrido un daño irreversible. Lo mismo sucede con el sueño, el ejercicio físico, la alimentación sana o la atención plena: un día llega un médico y te dice que te vendría bien. No es tan tarde como para el fumador, pero no vas a recuperar ese tiempo. Y tiempo, al final, es lo único que somos.
Por muchos estudios científicos que muestren y demuestren la relación directa entre estos hábitos y el bienestar, la mayoría de las personas seguirán automedicándose, recurriendo a las drogas (legales o ilegales) y buscando soluciones puntuales a un problema holístico: el todo no es igual a la suma de las partes que lo componen.
Dani y Elvira nos han donado un sillón. Ya está instalado en el rincón de lectura, junto a la puerta corredera que da al jardín. Me gusta sentarme en él por las tardes, cuando, después de haber tomado el té, te marchas a trabajar. Me quedó ahí, leyendo, distraído si acaso por como el viento mueve los hibiscos. Sobre las siete, pienso “Otra página más”. Un capítulo. Siete y media. Ahora o nunca. Podría quedarme, leer otro rato y ponerme a hacer la cena. Suena bien. Ya paseo mañana. Antes de la siguiente excusa, me obligo a levantarme de un salto, dejó las gafas y el libro sobre la mesa, me pongo las zapatillas, meto las chanclas y una toalla en la mochila y recorro cinco kilómetros en unos cincuenta minutos. El tiempo justo para llegar a bañarme con la puesta de sol.
El autocuidado básico tiene que ver con aspectos esenciales de nuestro bienestar que muchas veces pasamos por alto, como dormir y comer bien o hacer actividad física. Tendemos a minimizar el impacto que este tipo de actividades tienen sobre nuestro bienestar y nuestra salud. William James, hace ya un siglo enfatizaba que estas variables eran esenciales para nuestra salud mental. […] Y si uno no es bueno autocuidándose, difícilmente podrá ayudar a otra persona a que lo haga. De hecho, nuestra capacidad de autocuidado está ligada también con las relaciones que tuvimos. Si yo no fui cuidado en mi infancia, o crecí al lado de personas que no sabían cuidarse, es más fácil que tenga dificultades con mi propio cuidado. Si no soy autocompasivo, si yo no me quiero, tampoco me cuidaré. Por otro lado, las personas con vivencias traumáticas o, en general, personas con niveles altos de desregulación, por ejemplo, personas muy ansiosas, no suelen tener buenos hábitos de autocuidado, porque suelen tener muchos comportamientos para sentirse bien a corto plazo.
Condenados a entendernos. Arun Mansukhani.